Hoy, he tenido que madrugar un poco más, por si fuera poco tenía prohibido desayunar y he orinado dentro de un tubito. Sí, hoy hemos pasado el reconocimiento médico anual de la empresa.
No sé cómo será en vuestras empresas pero en la mía nos hacen de todo, hasta un electrocardiograma, aunque lo que a mí me lleva por la calle de la amargura son dos cosas:
- La primera, no olvidarme de orinar en el tubito y sobre todo no olvidarme el tubito en casa, de hecho, estaba tan obsesionada que se me olvidó el móvil.
- Y la segunda es ¡¡¡EL ANÁLISIS DE SANGRE!!!
Cuando era pequeñita, los análisis me los hacía siempre el Dr. Paniagua. Nos recibía su mujer, que era encantadora y él, otro amor de hombre, divertido, simpático educado y como no, siempre tenía un regalo preparado para después del calvario como recompensa por habernos portado tan bien. Recompensa que en mi caso se transformaba en un regalo para que se me pasara el soponcio y que nunca conseguía el efecto deseado, vamos que me daba igual el chupa-chups y que preferiría no volver a comer un sólo chupa-chups el resto de mi vida si con ello dejase de hacerme análisis.
Mi hermana flipaba con los análisis, le encantaba mirar cómo la jeringuilla se iba llenando de sangre, no necesitaba que nadie le diera la mano y el chupa-chups lo tenía muy merecido por valiente sin escrúpulos.
En cambio yo, ay yo, ay madre mía que mal lo pasaba. Lloraba, doblaba el brazo, no me estaba quieta, daba igual lo que me dijeran, intentaba retrasar el mal trago todo lo que podía con la esperanza de que me dijeran que por esa vez estaba bien, que no hacía falta que me hicieran el análisis.
Nunca lo conseguí, al final siempre acababan engañándome y me lo hacían.
Hasta aquí todo normal, no creo que mi experiencia diste mucho de la de la mayoría de los niños en cualquier parte del mundo, pero es que, cuando la mayoría de los niños no pueden soportar el pinchazo y ver la sangre a mi me daba igual eso, ver mi sangre no me ha provocado nunca sensación de mareo (la de otros...), el pinchazo casi ni lo notaba y la aguja no me impresionaba, lo que yo no podía soportar era sentir cómo la jeringuilla estaba aspirando mi sangre. Sí, justo lo que todos te decían que no se notaba yo lo notaba y esa sensación siempre me ha dado dentera y me provocaba mareos.
El caso es que el tiempo pasó y pasó también el momento de hacerme análisis cada dos por tres hasta que con unos 18 ó 20 años tuve que hacerme una analítica para un chequeo rutinario.
Ya no iba a ver al Dr. Paniagua pero iba a unos laboratorios que hay o había en la C/Goya. Todo era normal, mi madre me acompañó, nos hicieron esperar un pelín en la sala de espera, ojeé alguna revista y me llamaron.
No pude evitar entrar en estado de shock cuando no dejaron entrar a mi madre conmigo.
- ¿¿¡¡Pero si ella siempre ha entrado conmigo porqué ahora no!!?? Pero... -
Ejem, conseguí disimular mi cara de pánico, al fin y al cabo ya era una mujer ¿no? y entré en la sala. Muy profesional me levanté la manga del jersey puse el brazo en su sitio y... cuando me iban a atar la goma no lo pude evitar, doblé el brazo, empecé mi ronda de aspavientos y empecé mi discurso en plan, - si ya sé que, bueno, pues que, vamos, que no pasa nada, pero, uf, es que, no lo puedo evitar, uf, es que - hasta que la enfermera me miró y me preguntó amablemente
- ¿Quiere que le de la mano? -
No pude más que responder un - Sí, por favor -
Después de esa vez, me hicieron una analítica antes de operarme del VPH y casi me da un yuyu cuando veo que los análisis los hacían de tres en tres y con un montón de gente mirando, pero logré sobrevivir. Y hasta hoy.
Sí, ya sé que ya tengo unos añitos, que a mi edad estas situaciones debería haberlas superado y que esto debería darme igual de hecho, en la actualidad me controlo bastante, ya no hago tantos aspavientos e intento no doblar el brazo pero es que no puedo, lo sigo pasando fatal.
¿¡Cuando van a inventar un análisis que sólo con un pinchacito y una gotita de sangre sea capaz de saber todo!?
Para AnaliTwittearme: @tabolid
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